jueves, 9 de enero de 2014

UNA APROXIMACIÓN HISTÓRICA AL MONACATO DE SAN ANTOLÍN DE BEDÓN (4ª Parte)

Aunque a lo largo de la Edad Media las aspiraciones de la Regla de San Benito, redactada a mediados del siglo XI, en gran medida no fueron aplicadas por completo, la norma benedictina daría origen a un cuerpo de tradición aplicado en la orden de gran influencia, a lo largo de su historia, en toda Europa.
 
En San Antolín, como en los demás cenobios de la orden, un extracto de su texto sería leido a los monjes todos los días. Quizás como abadía  menor situada en una zona aislada y atrasada, por lo menos durante la Alta Edad Media, conservaría más que los grandes cenobios franceses y españoles los aspectos esenciales de la vida de la Regla: sencillez, comunidad, aislamiento, silencio, estabilidad, regularidad y obediencia.
 
Desde la una o dos de la madrugada, cuando se despertaban vestidos, se inciaba para los monjes una jornada que comprendía unas cuatro horas de oración litúrgica, otras cuatro de oración meditativa y unas seis de trabajo doméstico o manual hasta el momento de acostarse según la puesta del sol (con siesta en los meses de verano).
 
La Regla consiste  en unos preceptos muy prácticos, sencillos y carentes de extremismos, orientados a luchar contra los demonios y alcanzar "con toda seguridad las cimas más altas de la doctrina y de las virtudes". Muestra, pues, una confianza en la naturaleza humana y, sin duda, tuvo un impacto santificador y civilizador.

                                                
                          Detalle de las arquivoltas de la puerta meridional de San Antolín de Bedón
 
 
Según la Regla, el monasterio debería ser autosuficiente para que los monjes no tuvieran necesidad de salir fuera, "que no conviene en modo alguno de sus almas. Que ninguno se atreva a referir a otro lo visto u oido fuera del monasterio, porque tal cosa es siempre perjudicial". Los monjes no podían abandonar nunca  el cenobio al menos que el abad lo ordenara. En la práctica llevan una vida recóndita de actos, ritmos, gustos y actitudes peculiares que no facilitan la comunicación con la sociedad laica y que se centra en el oficio divino al "que nada se anteponga".
 
La campana llama a los monjes cada hora o dos horas a distintos oficios que procuran imitar un ambiente celestial y consisten de un canto sencillo, modulado y sin ceremonia, de todo el Salterio cada semana, de la liturgia romana, la celebración eucarística, la lectura de la Biblia de San Jerónimo, y las oraciones comunitarias "que ha de ser siempre muy breves", todo de acuerdo con el ciclo anual de festivos y solemnidades. 







                                          Capilla del Evangelio de San Antolín de Bedón
 
 
El elemento principal de la Regla es la práctica en cuerpo y alma de la obediencia inmediata a los consejos espirituales de los Evangelios, a la propia Regla, a los demás hermanos y, sobre todo, al abad para crear un paraíso en la tierra. La abediencia corresponde al aspecto esencialmente jerárquico de la sociedad celestial y el abad "hace las veces del Cristo", como autócrato eterno. El monje "no tendrá potestad ni siquiera sobre su propio cuerpo" y obedecerá las órdenes del abad, "aunque parezca difícil o hasta imposible". El abad aplica castigos graduados desde los azotes o la humillación ante la comunidad hasta la exclusión de la comida en común, de los oficios o del monasterio mismo.
 
Pero los rigores de la Regla siempre van acompañados con ternura hacia las debilidades humanas y con un "ferventísimo empeño de caridad". El abad debería adaptar su potestad a los temperamentos y caracteres de cada monje y convocar a toda la comunidad para ofrecerle consejo sobre asuntos importantes.
                                                                                                        (continuará)
 
Texto: Michael Wilkinson. Canterbury. Inglaterra 
 
Fotos: Javi Pelaz

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