sábado, 11 de enero de 2014

UNA APROXIMACIÓN HISTÓRICA AL MONACATO DE SAN ANTOLÍN DE BEDÓN (5ª Parte)

La comunidad se reúne diariamente  en la sala capitular para tartar de sus asuntos. Asímismo, el abad es elegido por la comunidad (o por una parte) de acuerdo con su mérito de vida y conocimientos doctrinales, sin tener en cuenta su lugar en la orden (que es por antigüedad de ingreso). En la práctica los patronos nobles imponían normalmente su candidato, que a veces provenía de su propio clan, sin tener muy en cuenta que fuera "casto, sobrio, compasivo". El abadengo era vitalicio y la Regla exigía obediencia aun si su titular fuera malvado.
 
Consta  que hacia fines del siglo XIV el obispo de Oviedo confirmaba la elección del abad de San Antolín por parte de los monjes(7). Desgraciadamente no sabemos nada de los abades de San Antolín mencionados por Argaiz: Miguel (1174), o sus sucesores Juan y Nicolás (1205), Fernando Álvarez (1258), Fernando Pérez (1342), Gonzalo Sánchez (1387), Diego Suárez de la Guisando (1448-95), Juan de Lerma (1508), aunque sí tenemos noticias de Alfonso Pérez, por ser  el que figura en un documento medieval (de 1398), del nefasto Pedro de Posada (1517), y de Francisco Ortiz (1529) en el ocaso del monasterio.
 
De acuerdo con la Regla los monjes darían todas sus pertenencias al abad que repartiría lo necesario de acuerdo con las necesidades personales. La propiedad particular se consideraba entonces (y ahora) como una extensión de la personalidad de cada uno. El abad "recorrerá el dormitorio de los monjes  y examinará que no haya nada en ellas que estén sin permiso y si se encontrase algo, désele al monje un castigo severísimo". En la práctica el voto de pobreza era considerado más que una renuncia a los bienes terrestres, un abandono de la vida diaria y de los objetivos de la sociedad laica, en favor de la obediencia y humildad. No se parecía en nada a la pobreza de esa sociedad; y las realidades del egocentrismo personal o familiar solían chocar frecuentemente con el ideal de propiedad monástica comunal.
 
Era preocupación durante la Edad Media descubrir mediante la oración y el ayuno la verdad eterna oculta detrás de la realidad humana engañosa. Los monjes tenían costumbre de comer, siempre juntos en el refectorio, solamente una vez por el invierno y durante la Cuaresma, pero curiosamente dos veces al día durante el verano. Huevos, pescado, queso, alubias, leche y miel formaban su dieta básica y, con excepción de los débiles y enfermos, se abstenían de carne de cuadrúpedos, considerada estímulo de la lujuria. La Regla contemplaba como suficiente un cuarto de litro de vino diario, a menos que fuera justificado incrementarlo por las condiciones de trabajo o el calor del verano. Los baños calientes se permiten a los enfermos, pero "no para los sanos, y especialmente a los jóvenes, sino rara vez". Se guardaba siempre el silencio (con excepciones estipuladas) y este voto dio origen a todo un lenguaje de señas entre los monjes. Su vestido, detenidamente dictaminado, era de paño barato teñido de negro para los benedictinos, y tenía gran significado en el orden social  medieval, como todos los vestidos, y en lo espiritual, simbolizando el "nuevo hombre" al vestido cuando ingresa en el monasterio.
 
Aunque la actividad manual era el elemento fundamental de la Regla, en la práctica se reducía a labores como la cocina. La lectura y la escritura se consideraban trabajo por las condiciones difíciles de la realización y la Regla imponía la lectura de dos a tres horas diarias, con el aprendizaje de memoria de rodo el Salterio y otros textos bíblicos, para así poder repetirlos. También los monjes leían los textos de los Padres de la Iglesia, del monacato primitivo y de las vidas de santos, y soibre todo las siete Artes Liberales (gramática, dialéctica, retórica, geometría, aritmética, astronomía y música).
 
Recordaban y leían historia, pero solamente basada en hechos seleccionados por su significado transcedente y eterno. Como los libros eran muy escasos, muchas veces se leían en público, por ejemplo durante la comida, y se guardaba celosamente los códices para sacarlos en ocasiones especiales, como objetos casi mágicos, ricamente adornados, pueta de acceso a los valores divinos. Los monjes ostentaban casi el monopolio de la producción del libro, lo que requería un rebaño de ovejas para obtener de sus pieles el codiciado pergamino, y se encargaban de copiar manuscritos y redactar diplomas como notarios locales.
 
El nivel cultural era muy bajo en Asturias y los monjes formaban una élite intelectual en su condición de clase alfabetizada, con el latín como lengua de cultura, a la vez que altamente considerados por poseer, aunque no fuera siempre la realidad, conocimientos y sabiduría exclusivos. Sin embargo, su vida intelectual era esencialmente estática.
                                                                                           (continuará)
 
Texto: Michael Wilkinson. Canterbury (Inglaterra)
 
(7) Libro Becerro de la Catedral de Oviedo (1385-89), en Juan Ignacio Ruiz de la Peña, El espacio oriental de Asturias en la Edad Media, Llanes (El Oriente de Asturias), 1989, (doc. núm. 16)

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