sábado, 21 de diciembre de 2013

UN PERSONAJE COMPROMETIDO CON EL ROMÁNICO

A veces los amantes del Románico nos topamos con historias de personajes que, aunque no tuvieron una reseña en los manuales de arte , son merecedores, por lo menos, de que sus nombres sean aireados como un modesto homenaje por su contribución desinteresada en pro de la conservación del patrimonio artístico-cultural del país.
 
Conocí la historia de mi personaje por boca de su nieto, Jaime, actual propietario de la finca donde se haya instalada la antigua ermita románica de San Lorenzo de Pujayo. Digo antigua, ya que, a día de hoy, es en el pueblo cántabro de Molledo -a escasos kilómetros de aquél- donde reside, de manera ocasional, mi amigo. En una parcela del amplio jardín de la residencia se ubica la mencionada ermita.  
 
   (Detalle de unos de los capiteles de la portada)
 
La historia de la mudanza del edificio es bastante compleja y con tintes rocambolescos. Más adelante la contaré, pero, antes, voy a presentaros a Césat Silió y Cortés, el protagonista de la crónica.

Aunque nació en Medina de Rioseco (1865), su padre fue un industrial cántabro afincado en Valladolid. Tras finalizar sus estudios de Derecho abrió un despacho de abogado  en la capital castellana. Alternó la abogacía con el periodismo llegando a  dirigir "El Norte de Castilla". En 1919 se incorpora al gobierno de Antonio Maura como ministro de Instrucción Pública y más tarde con el de Sánchez Guerra.
 
Vayamos ahora a relatar la desconocida historia de la recuperación de un edificio abocado, de manera ineluctable, a su demolición, y el posterior traslado a Molledo.
 
Una mañana de estío, mientras daba su paseo matinal, observó que unos picapedreros, que trabajaban en el nuevo camino carretero, se disponían a desmenuzar un sillar para reducirlo a grava. Extrañado por la procedencia del mismo se lo preguntó a los obreros. Se acercó al lugar indicado y tras sortear como pudo bardales apercibió un edificio religioso a punto de ser cubierto por la maleza.



                                         (Muro sur de la ermita)


Al instante, se percató del valor histórico de aquella fábrica enclavada en un extremo de una finca particular, cerca del puente Pedrón
 
Una vez que convenció al capataz de la obra que dejara de momento de extraer más bloques, se encaminó a casa del cura de Pujayo para inquirir más detalles de lo que parecía ser una ermita románica. Aquél le informó de que la finca pertenecía a una humilde familia recién instalada en el pueblo y la arcana ermita  estuvo, en su día, bajo la advocación de san Lorenzo, habiendo sido titular de ella, antes de  su desafección, la parroquia de Pujayo.
 
Ni corto ni perezoso se entrevistó con los nuevos propietarios para llegar a un acuerdo con el fin de salvaguardarla y no acabara sirviendo de aglomerado de la nueva vía. Les propuso comprársela. La familia aceptó la oferta tanto para obtener un dinero que añadir a sus menguados ingresos económicos como de ganar  terreno aprovechable para pasto del ganado.
 
El transporte de los sillares numerados  se efectuó en carros de bueyes hasta su finca. Tuvo, además, la prevención de rellenar con paja los vacíos de los bloques entre sí para que no se dañaran durante el traslado.
 
En uno de los sillares del hastial de la entrada figura la datación de la consagración del edificio: año 1132. Su visita merece la pena por la variedad de contenidos del programa iconográfico del exterior. 
 
 

                                         (Portada en la fachada oeste)

Texto y fotos: Javi Pelaz

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario